39- La propiocepción
La propiocepción es el sentido que nos permite percibir la posición, el movimiento y la orientación de nuestro cuerpo en el espacio. Es una capacidad sensorial interna que nos brinda información sobre la posición y los movimientos de nuestras articulaciones, músculos y otros tejidos corporales sin necesidad de depender únicamente de la visión o el equilibrio.
La propiocepción se basa en receptores especializados llamados propioceptores, que se encuentran en los músculos, tendones, ligamentos y articulaciones. Estos propioceptores detectan la tensión, la elongación y la posición de estos tejidos y envían señales al sistema nervioso central para informar sobre la posición y el movimiento de las diferentes partes del cuerpo.
La propiocepción es esencial para el control y la coordinación de los movimientos. Nos permite realizar movimientos precisos y ajustar la fuerza y el tono muscular de manera adecuada. También nos ayuda a mantener el equilibrio y la estabilidad en diferentes posturas y actividades.
Un buen nivel de propiocepción es especialmente importante en actividades deportivas y físicas, ya que nos permite tener un mejor rendimiento, prevenir lesiones y reaccionar rápidamente ante cambios en el entorno. También es fundamental en la rehabilitación de lesiones, ya que ayuda a restablecer la función y el control muscular.
Existen ejercicios específicos para mejorar la propiocepción, como los ejercicios de equilibrio, los ejercicios con plataformas inestables y los ejercicios de control de movimientos. Estos ejercicios pueden ayudar a fortalecer y afinar la capacidad propioceptiva, mejorando así el control y la coordinación del cuerpo.
Estaciones de información y encéfalo. Irwin Korr (1970), un importante investigador osteópata de la fisiología del sistema musculo esquelético, describió éste como la «principal maquinaria de la vida».
El sistema musculo esquelético (y no nuestros sistemas digestivo o inmune) es el más importante consumidor de energía del organismo. Nos permite efectuar tareas, jugar y tocar instrumentos musicales, hacer el amor, brindar tratamiento, pintar y, en una multitud de otras formas, involucrarnos con la vida. Korr señala que las partes del cuerpo actúan conjuntamente «para transmitir y modificar las fuerzas y los movimientos a través de los cuales el ser humano actúa en su vida». Esta integración coordinada se produce bajo el control del sistema nervioso central, al responder a una enorme cantidad de información sensorial ingresada desde los ambientes tanto interno como externo.
Nuestro viaje a través de las estructuras que constituyen estas vías de comunicación incluye un panorama de las maneras en que la información, sobre todo a partir de los tejidos blandos, alcanza los centros superiores. Las estaciones informativas neurales representan «la primera línea de contacto entre el ambiente y el sistema humano» (Boucher, 1996).
PROPIOCEPCIÓN
La información incorporada a los sistemas de control centrales del organismo en relación con el ambiente externo fluye desde los exteroceptores (que incluyen principalmente datos relacionados con las cosas que vemos, oímos y olemos).
Una amplia variedad de estaciones de información internas transmite asimismo datos de todo lo que tenga que ver con el tono de los músculos a la posición y el movimiento de todas las partes del cuerpo. El volumen de información que ingresa al sistema nervioso central para su procesamiento desafía la comprensión, y no sorprende que en ocasiones los mecanismos que proporcionan la información o el modo en que ésta es transmitida o recibida o el modo en que ella es procesada y contestada disfunciones.
La propiocepción puede ser descrita como el proceso de aporte de información al sistema nervioso central respecto de la posición y el movimiento de las partes internas del organismo.
La información proviene de estaciones de información neural (receptores aferentes) en los músculos, la piel, otros tejidos blandos y las articulaciones. El término propiocepción fue utilizado por primera vez por Sherrington en Irwin Korr (1970), un importante investigador osteópata. Lo definio como la «principal maquinaria de la vida».
Causas de disfunción musculoesquelética
La lucha contra la gravedad constituye una batalla de por vida, a menudo complicada por el espectro de tensiones adaptativas a las cuales sometemos nuestro cuerpo mientras vivimos.
Adaptación y compensación son los procesos por medio de los cuales nuestras funciones quedan gradual mente comprometidas al responder a una interminable serie de demandas, que van desde el reposicionamiento postural de nuestro organismo y las actividades placenteras hasta los patrones habituales (tales como la manera en que elegimos sentarnos, caminar, permanecer de pie o respirar). Hay cambios en los tejidos locales, así como compensaciones en el cuerpo entero, debidos a impactos que se imponen al cuerpo a corto y largo plazo. Una exposición resumida acerca de los mecanismos de adaptación implicados, junto con un examen más profundo de la evolución de la disfunción musculoesquelética, apoyará la comprensión de cómo el cuerpo se adapta, cómo lo podemos auxiliar y cuándo podría ser apropiado dejar que se adapte por sí mismo.
ADAPTACIÓN: SGA Y SLA
Cuando examinamos la función y la disfunción musculo-esqueléticas, nos hacemos conscientes de un sistema que puede verse comprometido como resultado de demandas adaptativas que exceden su capacidad para absorber la carga, mientras intenta mantener algo que se aproxime a la función normal. En ocasiones son los límites de la elasticidad los que pueden verse excedidos, lo cual da lugar a modificaciones estructurales y funcionales. La evaluación de estos patrones disfuncionales –que da sentido a lo que podemos observar, palpar, demostrar– permite la detección de las causas y el establecimiento de criterios para una acción remedial.
Las demandas que conducen a disfunción pueden ser violentas o forzadas; puede tratarse de fenómenos aislados o de la influencia acumulativa de numerosos fenómenos menores. Cada uno de dichos fenómenos es una forma de tensión y brinda una carga propia de ámbito local y en el cuerpo como un todo. Afín de entender mejor estos procesos, resultará muy útil volver a referirnos a su principal investigador, Hans Selye.
Tanto si consideramos las membranas de Bichat, las aponeurosis, los ligamentos, los mesos o el sistema de base de Pischinger, todo esto sólo designa, en parte o en su totalidad, fascias y, por extensión, el tejido conjuntivo; o, si nos remontamos todavía más lejos, es decir, a la embriología, el tejido mesenquimal. Los tejidos blandos y, en particular, las fascias, derivan originalmente de una misma hoja embrionaria, el mesodermo, origen de todos los tejidos del cuerpo a excepción de la piel y las mucosas. Origen de las fascias, los ligamentos, etc., pero también de los cartílagos y los huesos, que de hecho no son más que una densificación de las fascias.
Las fascias constituyen una serie tisular ininterrumpida que va desde la cabeza a los pies y del exterior al interior. En ningún momento encontramos interrupción de la fascia, únicamente toma relevo en las estructuras óseas para desempeñar perfectamente su papel.
Presente en todos los niveles del cuerpo, no sólo envuelve cada estructura, músculo, órgano, nervio, vaso, etc., sino que se insinúa en el interior de cada una de éstas para formar su matriz y su sostén.
Así pues, es la envuelta que erige y modela la forma anatómica, presente en todas partes; sólo se interrumpe en la célula, que se halla inmersa en su sustancia fundamental.
A modo de resumen, podríamos decir que la fascia es una envuelta superficial de todo el cuerpo, que se divide numerosas veces hasta volverse cada vez más profunda. Para aumentar su eficacia, se une a las estructuras óseas, no por simple contigüidad, sino gracias a la interpenetración con las trabéculas óseas mediante las fibras de Sharpey.
En función de su situación anatómica, la fascia da prueba de una destacable adaptabilidad, tanto en su forma como en su estructura y composición. Así, se densifica al máximo en tendones y ligamentos, y es muy resistente en las fascias de postura y muy laxa en las glándulas, por ejemplo, donde forma un tejido areolar.
En vista de su omnipresencia en el organismo, la fascia desempeña un papel fundamental en la fisiología humana. Este papel se expresa según numerosos vectores: mantenimiento de la postura, contención de los órganos, que de esta manera garantiza su integridad anatómica, y contención de un sistema muscular, que podrá apoyarse sobre ésta y desarrollar toda su eficacia. Además, forma parte de las correas de transmisión de las fuerzas, que permiten coordinar y poner a un cuerpo en movimiento, correas de transmisión que se reagrupan en cadenas fasciales, que a su vez podrán transformarse en cadenas lesionales. Pero su papel no se detiene ahí: la fascia interviene en la amortiguación de las cargas y en la protección frente a los choques. Por último, desempeña un papel primordial por lo que se refiere a intercambios y defensas.
Por medio de su sustancia fundamental está en contacto con la célula y mantiene un diálogo permanente con ésta, con lo que asegura la comunicación entre los medios intra y extracelular.
En ella entran en juego las primeras barreras de defensa tras una agresión. Puede activarse ante cualquier intervención del sistema general. Así pues, es capaz de decisiones autónomas, motivo por el cual se habla de cerebro periférico.
Está dotada de «memoria celular», heredada del crecimiento embriológico, del que conserva una motilidad en forma de movimientos rítmicos. Asimismo, la «memoria celular» le permite registrar todas las distorsiones que ha sufrido, realizar una corrección eventual hasta una cierta acumulación más allá de la cual no podrá ya hacer frente sola a la distorsión y, por consiguiente, entrará en un proceso patológico, incluso degenerativo.
Esta motilidad es la que podrá registrar nuestra mano, al igual que las huellas de las lesiones impresas en los tejidos. Gracias a esas técnicas específicas podremos ayudar a la fascia a eliminar su estrés y, por lo tanto, a recuperar su fisiología normal.
Que sepamos, no existen obras de anatomía específicas que traten de la anatomía de las fascias. Por este motivo hemos consagrado un capítulo a una visión global de la anatomía fascial. Éste es fruto de la compilación de la consulta de numerosas obras y artículos. No pretendemos haber concentrado en algunas páginas toda la anatomía de las fascias, puesto que hemos intentado hacer un resumen a fin de evitar demasiados detalles; sin embargo, nos parecía indispensable reunir en un solo capítulo una visión general de la organización de las fascias y de su anatomía microscópica y su histología a fin de comprender mejor su papel y su mecanismo. No obstante, invitamos a todos aquellos a los que un largo recordatorio anatómico desanimaría, o a los que sólo quieran una visión sencilla de la anatomía fascial, a acudir al final de cada apartado, en donde existe un recordatorio sucinto, así como una tabla que resume las diferentes articulaciones de cada una de las fascias con sus homólogas.
LA FASCIA SUPERFICIAL
Se sitúa entre el panículo adiposo de la dermis y el tejido celular subcutáneo.
La fascia superficial comienza realmente en los arcos cigomáticos y se inserta también en el maxilar superior. Termina en los tobillos y las muñecas.
Falta en: el rostro, la parte superior del esternocleidomastoideo, la nuca, el esternón, los glúteos.
Es el punto de partida de los vasos linfáticos y, por lo tanto, desempeña un papel en la nutrición y respiración celulares. Su lesión determina la gravedad de las quemaduras.
LA APONEUROSIS EPICRANEANA
Es una gran lámina fibrosa que recubre la convexidad del cráneo a la manera de un casquete.
Separada del periostio por un tejido celular laxo, que le permite un cierto deslizamiento, está por el contrario íntimamente unida a la piel, que la acompaña en sus movimientos.
En el sentido anteroposterior, la aponeurosis epicraneana une los músculos occipitales con los músculos frontales.
Se inserta por atrás, en la protuberancia occipital externa y en la línea curva superior.
Se prolonga lateralmente por las aponeurosis temporales y maseterina, y termina en la cresta supra mastoidea, el conducto auditivo externo y el tejido subcutáneo de la región maseterina.
Gruesa y muy resistente, se extiende desde la línea curva temporal superior y el espacio comprendido entre las dos líneas curvas hasta la arcada zigomática, en dos láminas que se unen a los labios del borde superior de la arcada zigomática y, de ahí, se prolonga por la aponeurosis maseterina.
La aponeurosis maseterina
Se inserta: por detrás, en el borde posterior de la rama ascendente del maxilar superior; por delante, rodea el músculo y a continuación pasa a su cara profunda para insertarse en el borde anterior de la rama ascendente; por arriba, se fija en el arco cigomático; por abajo, en el borde inferior del maxilar, donde se prolonga por la aponeurosis cervical superficial; por detrás, a lo largo de su borde posterior se une a la aponeurosis parotídea, se desdobla para rodear el conducto de Stenon.
La cara está formada por:
- Una fascia superficial, a su vez formada por un plano superficial delgado y por un plano profundo más resistente. Estos dos planos rodean los músculos de la mímica y los unen a la fascia profunda;
- Una fascia profunda: más gruesa, inelástica, separada de la anterior por un tejido areolar laxo.
La fascia profunda recubre los huesos, los cartílagos, los músculos de la masticación y las estructuras viscerales. Al igual que la fascia superficial, es una vaina continua que se confunde y deriva de las fascias temporales y parótida, maseterina. La fascia profunda soporta los vasos profundos y los nervios masticadores.
- Tejido graso superficial.
- Fascia superficial Músculo.
- Capa fibrosa de la fascia superficial.
- Tejido areolar Fascia profunda.
- Hueso o cartílago.
En resumen, la propiocepción es una capacidad sensorial interna que nos permite percibir la posición y el movimiento de nuestro cuerpo. Es esencial para el control muscular, la coordinación y el equilibrio, y se puede mejorar a través de ejercicios específicos.